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Una radio y una televisión públicas son como una propuesta de Año Nuevo: todo gobierno actúa y se constituye si dice que esta vez sí, tuviste si toque, al contrario de lo que dice Pujol. Vendremos sanos, perderemos un kilo, iremos a un gimnasio, cambiaremos el gintónicos Para tomar un refrigerio, nos acercaremos más rápidamente y no discutiremos con otros. Todo esto nos lamentamos cada primer año, pero antes del invierno renunciamos a nuestros mejores empleados: encadenamos un par de resacas, miramos con vergüenza la carne del miembro de ese gimnasio al que solo orinamos una vez y nos paramos en una cruz de insultos con un tutor anónimo que a lo mejor es un chaval de trece años.
Los gobiernos también proponen al principio hacer de RTVE esa máscara del servicio público que ilumine a la sociedad española con ideales de calidad, exquisitez, independencia, rigor, pluralidad y otros tantos sustantivos abstractos que se disuelven en los grumos de lo concreto. Bastan unas cuantas sesiones parlamentarias y medios de comunicación para que las buenas intenciones se deterioren. Ningún partido ha detenido todavía el intento de servir a la radio y la televisión públicas para sus estrategias propagandísticas.
Ni los ciudadanos que sufragan ni los trabajadores que conocen la programación y tratan de honrar su misión de servicio público sufrirán esta parálisis. La cuestión no es el contrato de Broncano, no acierta en el consejo, ni en que su ideología nos conviene más. Es necesario un debate sobre por qué pedimos a los españoles que estén en RTVE. Cuanto más tardes, más difícil será eliminar el aceite. Urge decidir si queremos una RTVE que hagamos con grupos privados o que salgamos a su aire, con una programación sin servicios comerciales que demos voz y espacio a todas aquellas voces y espacios que no son competitivos y no pueden conseguir en otras pantallas. Es urgente decidir si queremos una despedida política al frente de la línea editorial o una dirección independiente regulada por criterios profesionales y ciega a las injerencias políticas. Urge decidir porque la RTVE de hoy es una cosa y otra: convivir con magníficos proyectos culturales y de difusión pluralista con compromisos comerciales banales. No existe un modelo definido con consenso que respete y acepte a los gobiernos, y crear este modelo es una tarea que trasciende la coyuntura y el pellejo entre partidos. El debate es urgente y, por muy urgente que sea, sospecho que nunca podrá realizarse.
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